Destinados a Morir
Allí
sentado, en su nueva cama, se encontraba mirando al horizonte. Tras la ventana
podía apreciar el vasto bosque que se extendía más allá de donde el pudiera
alcanzar a ver.
La
habitación resplandecía gracias a la claridad que entraba por la ventana, la
luz, se reflejaba en las paredes lisas y blancas de estas. Se sentía bastante a
gusto allí, contemplando el maravilloso paisaje que se abría ante él. Le
parecía tan bello, tan natural.
Estaba
tan fascinado, que no se percató que la puerta de la habitación se había
abierto. De pronto, una fuerte y gran mano se apoyó en su hombro. Ules, no pudo
más que pegar un pequeño brinco de sorpresa al que podríamos llamar susto.
Rápidamente levantó la cabeza y vio al doctor a su lado, cosa que lo
tranquilizó. El doctor se había quedado allí sin decir nada, mirando tras la
fabulosa ventana, al frente. Sus ojos, cristalinos reflejaban la luz del sol,
tenían una fuerza esplendorosa, a lo que contribuía su tez morena y su pelo del
brillo de la plata.
Ules, lo estuvo
observando durante un buen rato, era alto y robusto, pensó que debía de medir
cerca del metro noventa, y pese a aparentar en un primer momento ser mayor, que
lo era, visto tan de cerca parecía un hombre de mediana edad.
-¿Cómo te encuentras
hoy?-. La voz sonó fuerte, como una tormenta y a la vez un susurro en el
silencio, sería muy difícil describirlo, era una voz que imponía pero a la vez
llena de paz.
-Bien-.
-Me alegro-. Hizo una
mueca con la boca, algo así como una sonrisa que hubiera resbalado por sus
labios.- Has estado cerca de no contarlo,- miró fijamente a los ojos del
muchacho y prosiguió,- creo que eres consciente de ello, ¿verdad?-. Ules le
desvió la mirada, y tras un segundo que le pareció eterno, asintió mirando al
suelo, con la mirada perdida en él, en sus pensamientos.- No debes preocuparte
por nada, estas aquí, fuera de peligro. Debes de saber que en ocasiones la vida
nos pone a prueba, podemos caer, pero mientras que no nos trague la tierra
siempre nos quedará la posibilidad de levantarnos.-Paró brevemente, como si
estuviera escogiendo meticulosamente las palabras a utilizar y continuó.-
Puedes que hayas sufrido mucho, no te lo voy a negar, ni tan siquiera sé
exactamente donde pudiste ir durante el periodo de tiempo que te creímos
perdido, pero no te olvides nunca que estamos aquí para ayudarte. Confía en mí.
-Hubo momentos…- dudó
si seguir, parar, o contarle lo que había experimentado. Finalmente prosiguió-
en los que creí, firmemente que la vida vivida aquí fue un simple sueño,-
levantó la cabeza, miró al horizonte, y luego al doctor- ¿Qué somos? Por más
que le doy vueltas a la cabeza no sé que pensar. No sé si llamar tiempo al
tiempo, todo es muy relativo… Hubo momentos en los que parecía que era
consciente de mi estado, otros sin embargos se mezclaban con sueños que parecían
totalmente reales, y luego al final de todo, cuando tuve la firmeza, la
constancia de que todo lo vivido aquí era falso, apareció él.- De sus ojos
emergieron lágrimas, aunque intentó disimular el doctor se percató de ello. Se
sentó a su lado y le extendió su brazo izquierdo, rodeando su cuerpo,
abrazándolo contra él.
-Me recuerdas a un
chico que una vez conocí.- De nuevo la mueca hizo acto de presencia, sus ojos
brillaron más intensamente. Emanaban misterio, y la seguridad que un padre
podría proporcionar a sus hijos en los tiempos más oscuros. Ules capto al
momento la fuerza que irradiaban y le confortó sobremanera-. No le des más
importancia a las cosas de las que debieras. Ahora tienes una responsabilidad
mayor si cabe que antes. Eres el dueño de dos vidas, de la tuya y la del
huésped que tan cariñosamente dejó este corazón que ahora late en tu pecho para
seguir viviendo en alguien.- Golpeó el brazo izquierdo de Ules, consolándolo,
le revolvió su enmarañado pelo castaño y se levantó.- No olvides que todo ser
está destinado a morir, pero él- señaló a su pecho- quiso seguir viviendo, así
que no dudes de ti, puedes hacerlo, estamos en un mundo donde las
probabilidades son inmensas, si buscas respuestas, quizás las encuentres, pero
cuidado, no todas las preguntas que tenemos son susceptibles a abrirse a una
respuesta, los caminos pueden ser varios, y tras ellos quizás solo abras más
puertas, más opciones. No cometas el error de ir tras algo imposible. A veces
puedes tener la sensación de que lo alcanzarás, sin embargo, finalmente, es ese
algo el que verdaderamente te dará caza, entonces, echarás a correr, pero será
demasiado tarde, no habrá salida.- Agachó la cabeza, como si le pesara, se
acarició el cuello, se volvió hacia la puerta, salió de la habitación, iba a
cerrarla, cuando decidió no hacerlo y dijo:
-No pierdas la
esperanza de saber lo que por tu mente está ahora desfilando, pero debes de ser
precavido a la hora de escoger las preguntas, ahora descansa, mañana recibirás
el alta.- Cerró la puerta y allí, se quedó Ules, sólo, pero no tanto como hacía
unos instantes.
Llevaba tanto tiempo
allí metido. Se aburría. Pero las pocas conversaciones que había mantenido con
ese doctor, habían calado hondo en él. Quería saber lo que le había pasado, no
su infarto, no que le fallara el corazón, sino el motivo por el cuál gracias a
un sueño, un único sueño, él seguía allí. Lo extraño para él, era ver la
psicología tan desmedida que tenía el enigmático profesor. A penas había
mantenido dos, quizás tres conversaciones, nunca algo más que para saber sobre
su estado, y con la poca información añadida en los pocos minutos que duraban
estas, aquel hombre había intuido lo que le pasaba por la mente. Se sentía
fascinado por el poder que emergía de él, era algo absorbente, desproporcionado
para un humano.
Por la ventana empezaba
a entrar un aire fresco que corría silenciosamente la habitación acompañada del
dorado color del atardecer. Ules, decidió levantarse, y, antes de cerrar la
ventana, miró una vez más al exterior. Contempló maravillado el paisaje del
atardecer, como poco a poco tras la inmensidad de los árboles, el astro rey era
devorado por el mundo. Se iba perdiendo en el horizonte, diluyéndose tras este
como el agua del río al entrar en el mar, perdiéndose, sin dejar marca de esa
agua que un día había sido dulce. Las primeras luces del firmamento podían
verse tímidas, como luciérnagas que volaran por la noche más oscura. La poca
contaminación lumínica que había en aquel paraje hacía posible este maravilloso
espectáculo. Ules pensó, y pensó, y tras recapacitar, salió de su
ensimismamiento, cerrando ahora sí la ventana del alto piso.
La habitación se
encendió por completo con una luz de oro azulado que lo iluminaba todo.
Nuevamente se tiró en la cama, y se puso a contemplar el blanco techo que
cubría la habitación.
Tras un rato allí
tirado, uno de los robots que se dedicaban a atender a los pacientes entró en
la habitación. Portaba una bandeja cubierta de comida.
-Perdón por el retraso-
dijo el robot.
-No te preocupes, de
aquí no me pensaba mover- Ules no se percató que tras decir eso, rio
tímidamente.
-Aquí tiene señor, ruegue
me disculpe nuevamente-. Le dejó la bandeja en la cama y Ules, la tomó para sí,
se sentó en ella con las piernas cruzadas y puso la bandeja en su falda.
-Te he dicho que no
tiene importancia, y, ¡no me llames señor!- le miró con cara de circunstancia,
y con la mano derecha le indicó la puerta- anda, sal de aquí.
-Me alegro que esté
todo en orden, señor,- le hizo algo que a Ules le pareció una especie de
reverencia y se encaminó a la puerta- si necesitas algo más no dude en
llamarme, buenas noches señor-. Cerró la puerta tras de sí.
Ules entornó los ojos,
por la pesadez que le causaba que le llamarán señor. Le hacía sentir viejo,
cosa que no era, de hecho era bastante joven, sin embargo, sabía que pocos
robots habían sido concebidos para tener una charla más o menos razonada con
ellos, y por supuesto, en un hospital, no iba a encontrar a esos pocos especímenes
que pudiera haber en el planeta, así que dejó de pensar en ello y se dispuso a
comer. Mientras comía, sabía que a partir del siguiente día ya no tendría
refugio, ni comida. Se las tendría que apañar durante algunos días hasta llegar
a la ciudad o poblado más cercano. Tenía la certeza que se encontraba en el
legendario hospital conocido por la “Torre Blanca”, pero en el tiempo que
llevaba allí no se había atrevido a preguntar a nadie, de hecho, lo que sabía
del hospital era por los rumores que circulaban en el mundo, nunca había
pensado que existiera un lugar como ese, fuera de todo, aislado del mundo,
rodeado de naturaleza, una fortaleza donde aún no había penetrado el hedor
humano. Pero allí se encontraba, y ahora sabía que realmente existía.
Desde que fuera
intervenido, había ido recordando y ordenando lentamente en su mente partes de
su historia, que pululaban por su cabeza revoloteando en fragmentos como un
valle lleno de mariposas que no podías atrapar por su sincero y veloz vuelo. Aun
así, no siempre puedes llegar a alcanzar a todas esas mariposas que vuelan a tu
alrededor, escapan.
Su intención era
perseguir esos retazos que fluían en su mente, descubrir lo que verdaderamente
significaban, ya que no recordaba haberlos vivido. Se trataban como una especie
de ensoñación tan real, que sin lugar a dudas él había vivido, sin embargo el
puzle tenía más piezas para ser jugadas de lo que realmente había en la caja.
Mientras fluían ideas
por su cabeza comía insaciable, rebañando hasta la última migaja, la última
gota de su opípara cena. Finalmente acabó, terminó. Puso la bandeja en el
suelo, tocó las palmas, se apagaron las luces, tiró de los pies de la cama y se
tapó con las sabanas acostándose en ella. Mirando a la ventana podía contemplar
las estrellas que se reflejaban en sus castaños ojos, un fascinante y bello
Universo lleno de posibilidades, contemplando a su vez otro aún más
desconcertante pero tan bello y hermoso como el que los contemplaba. “¿Quién
soy?” Se preguntó. Hay respuestas que necesitan de otras preguntas para ser
contestadas, y respuestas con muchas salidas, y salidas que no tienen respuesta
a donde ir. Se fue adormeciendo, hasta que sus párpados le pesaron demasiado
para seguir siendo el vigilante de ese otro Universo. Se durmió.
-No, jamás te dejaré,
nunca te pasará nada, te lo prometí,- la miró a sus castaños y bellos ojos, le
apartó su rizado pelo de la cara, se quedó contemplándola fascinado mientras su
mano derecha le tomaba la cabeza con firmeza y amor, diciéndole- te lo prometo.
- Te creo-. No pudo por
más decir con su dulce voz, mientras una lívida sonrisa se dejaba escapar por
sus rosados labios, aunque algo desconcertante y oscuro emanaban de su intensa
mirada, como si supiera que eso, al fin y al cabo, no iba a poder ser posible.
El chico, lo comprendió
de inmediato y la abrazó intensamente. Aunque ella no se percató, un par de
lágrimas se dejaron ver por su pálida y linda tez. Como pudo, se recompuso, secándoselas
sin que ella lo viera. Se incorporó, se le quedó mirando y le guiñó mientras
sonreía.
-No pasará nada, sólo
ha sido un sueño, nada más-.
Despertó. Abrió los
ojos de nuevo al mundo. Vio el blanco techo, la luz que se filtraba a través de
las ventanas cegaban sus ojos poco acostumbrados a la luz del día. Se desperezó
y se sentó al borde de la cama. Volvió a mirar como tantas otras veces por la
ventana, contemplando lo que pronto sus pies pisarían camino hacia un rumbo
incierto. Tan pronto como se levantó fue a quitarse la única prenda que lo
vestía, una bata del mismo color que todo lo que le rodeaba. Tocó la pared, de
donde salió un panel, tecleó una serie de números y las paredes se abrieron,
allí delante de él se encontraba las únicas pertenencias que le quedaban. Al
menos, se encontraba en buenas condiciones, no habían sufrido ningún
desperfecto y habían sido tan amables de guardárselas, aunque en un principio
ni siquiera había reparado en ese hecho, hasta que, Rudolf, un buen día había
ido a hablar del tratamiento y el proceso de recuperación que iba a tener que
seguir, para ello le comentó que su pieza se encontraba en los depósitos de
prenda de la torre. Así que extendió la prenda, que se trataba de una única
pieza, la sacudió de manera tal que el pequeño doblez cogió la forma de su buen
cuerpo. Luego, abrió, gracias a una especie de cremallera la prenda. Se la puso
y se pegó como un chicle a su cuerpo, cerró la apertura y luego no quedó rastro
alguno de esta. Era una prenda bonita de un color azul fusionado con un negro
plateado. En los pies podían observarse una especie de suelas para proteger el
pie en las horas de caminata. Era muy
cómodo, por eso le gustaba tanto, se acoplaba al cuerpo como una piel más, y
tenía la facultad de regenerar tejidos como si de ella se tratara, gracias a la
inmensa red de microchips que tenían incorporados, haciendo que la tela tuviera
una especie de memoria. Incluso en una ocasión había podido pasar desapercibido
gracias a la función de invisibilidad que traía consigo, para desconocimiento
de Ules hasta ese momento. Ciertamente se trataba de una prenda altamente
apreciada por él. Había invertido todo el dinero que había ganado trapicheando
y robando en las calles a las altas estirpes en estas, le hubiera apenado
sobremanera haberse tenido que desprender de él y más aún haberlo perdido.
Cogió el reloj
cuántico, y se lo acopló a la prenda. Ya sólo le quedaba la extraña cadena que
portaba, la cual había heredado de su padre y este a su vez del suyo y así
sucesivamente. Si alguna vez le preguntaban sobre esta, Ules siempre respondía
que debía de ser una pieza de poder, relacionada con el tiempo en el que los
hombres pasaron de las cavernas a colonizar el mundo y crear a los primeros
dioses, por supuesto, él sabía que esto era imposible y sólo su imaginación
hacía posible que quizás, remotamente fuera verdad. Sólo se limitaba a mirar al
oyente y lanzarle una sonrisa burlona, que estos interpretaban ilusos como de
gran afecto y saber.
Ya lo tenía todo, así
que tomó la puerta, miró hacia atrás, sonrió y marchó.
El hospital era una
especie de laberinto, no habría podido encontrar la salida si los múltiples
robots que se encontraban por las estancias no les hubieran ido indicando la
dirección correcta, aunque al parecer esa dirección para algunos de ellos
distaba bastante de lo que verdaderamente pudiera ser, por ende, el chico
anduvo durante más tiempo del debido en busca de la salida.
Cuando por fin logró
llegar a la estancia principal, se encontró que esta se encontraba en la
tercera planta. Cada planta podía ser como una pequeña ciudad en sí misma, por
lo que la distancia al suelo era muy considerable. Sin embargo, a diferencia de
las demás, en esta se encontraba un enorme patio que sobresalía del edificio,
con una majestuosa fuente y un verde jardín que poblaba numerosas plantas y
árboles de diferentes especies. En la entrada se podían ver numerosas camillas
atentas para recibir a los pacientes que fueran llegando a bordo de las
ambulancias voladoras, las cuales aterrizaban justo delante de las grandes
puertas de cristal de la entrada.
Era un día muy bonito y
el Sol, se encontraba justo en su máximo esplendor, hacía algo de calor, aunque
no tanto como pudiera aparentar gracias a las magníficas virtudes del traje.
Se apresuró por la
calle principal para llegar al otro lado del patio y ver si existía algún
mecanismo que le ayudara a bajar, o si por el contrario debería dar un salto de
fe. De pronto, de una de las calles que desembocaban a la principal, apareció
sin previo aviso el doctor. Ules se percató de ello, y le hizo un gesto con la
mano a modo de saludo.
-Bonito día- Se
apresuró a decir el doctor.
-Sí, aunque lo será aun
más cuando encuentre la salida a este asfixiante lugar- Le recriminó el
muchacho.
El profesor hizo un
gesto con las profusas cejas, y se quedó mirándolo expectante.- Quizás tengas
razón- le dio un golpe cariñoso en el brazo- bueno, mirándolo desde mi punto de
vista, tienes suerte, ya estoy aquí para ayudarte.
-Bueno visto así- dudó-
sí.
-Verás, Ules, pocos
conocen este pequeño oasis instalado en este mundo enfermo, y quizás te hayas
dado cuanta ya de donde nos encontramos, per..- le interrumpió la voz del
chico.
-¿En la “Torre Blanca”?
¿No es así?- se percató que el profesor había seguido hablando, cosa que le
avergonzó un poco- Perdón, no me había dado cuenta.
-No te preocupes, suelo
hablar más que pienso- se rio con cierta fuerza, y prosiguió- lo que te quería
decir, es que nosotros, bueno, los pocos que aquí estamos, queremos que este
sitio siga siendo un mito, pues en realidad debe serlo, el gobierno no lo
permitiría, ese es el motivo por lo que la construcción haya sido edificada en
el único paraje fuera de las manos del hombre y por lo que la entrada principal
se encuentre en la tercera planta- miró al chico- de hecho, salir no es ningún
problema, pero una vez salgas, quizás no puedas volver a entrar a no ser que
seamos nosotros los que te encontremos a ti.
- Te entiendo- se llevó
la mano a la boca, pensativo y prosiguió- desde la pasada guerra el mundo no ha
sido igual..
Esta vez le interrumpió
el doctor, ya que había empezado a reírse, Ules lo miró un poco contrariado,
sin saber pensar si había dicho una tontería.
-No te preocupes-
seguía riendo- son cosas mías, eres muy joven para que digas que la guerra
cambió el mundo, más cuando, quizás, eras un pequeño bebé cuando ocurrió.
El muchacho frunció el
ceño.
-¡No me mires así
hombre!-dijo graciosamente, sin darle importancia-, las personas de tu edad
suelen pensar de ese modo. Todo cambia por un momento determinado, una chispa,
lo cambia todo, no son capaces de ver que todo va más allá- se quedó
contemplando el cielo, viendo como el viento acariciaba las nubes de algodón
que se movían sinuosamente, apaciblemente, hacia sabía dios donde-. De todas
formas- continuó- me alegra saber que existen personas como tú.
-¿Cómo yo?- Dudó Ules.
-Exactamente, como tú.
Puede que seas joven, pero puedo ver en tus ojos que escondes mucho más
secretos que las pobres y deformes mentes que hoy en día alberga este mundo-
agachó la cabeza, como si estuviera molesto con algo-, el ser humano está
podrido, es una manzana que tuvo la oportunidad de germinar, prosperar, dar
vida gracias a sus semillas, sin embargo, optó por contemplar, se quedó parado,
no hizo nada, la manzana se quedó allí tirada, al lado del árbol, llovió, tronó…
Finalmente, como es lógico, terminó pudriéndose. Da pena, ni siquiera los otros
seres quisieron morder este jugoso bocado. La naturaleza es sabia, nunca lo
olvides.
Sin saber que decir,
Ules, se limitó a seguir andando. Después de eso, nadie dijo nada hasta llegar
al límite del patio.
-¿Y bien?- preguntó
Ules.
-Bueno, imagino que
este es el fin, aquí termina nuestra relación.
-Siempre quedará que
vuelva- sonrió.
-Ya te he dicho que eso
es bastante difícil. Pronto podrás comprobar que a pesar de todo, seguimos
siendo un mito, una realidad, pero un mito necesario.
-Puede ser. ¿Pero, como
se baja de aquí?
- Es muy fácil, salta.
-¿Qué salte?- Miró
incrédulo al doctor.
-Exacto, lo que has
escuchado.
-¡Me estás tomando por
loco! ¿Quieres que dé un salto de fe?
- Podríamos llamarlo
así, ¿por qué no?
El chico rechistó
-Vamos a ver, si quisiéramos
matarte, que parece que es lo que estás pensando, no te hubiéramos salvado la
vida. ¿De qué valdría todo esto?
Se quedó pensativo un
momento, y afirmó, aunque de mala gana. No le hacía gracia alguna tener que
tirarse desde aquella altura, donde las copas de los árboles se veían sin diferenciar
unas de otras. Tenía gracia, lo había pensado, tirarse al vacío, aunque eso sí,
esa idea se había instalado como un chiste malo en su cabeza, y ahora, iba a
tener que hacerlo de verdad.
-Ante de que partas,
quiero que tengas esto- del interior de la bata sacó una pequeña cajita- te
ayudará en tu viaje, al menos durante unos días- se la dio. Ules sabía bien
como funcionaban aquellas cajitas, se la pegó a la espalda, donde se sujetó firmemente
a la tela y allí quedó como si de una joroba de su propio cuerpo se tratase.
- Bueno, ahora sí, toca
despedirse- le extendió la mano, que pronto fue apretada con fuerza por el
doctor.
- Ten cuidado Ules,
recuerda lo que te dije, llevas una carga que pocas personas son conscientes de
albergar- le volvió a señalar el pecho con una expresión sumamente seria, para
el carácter que hasta ese momento, había mostrado.
- No se preocupe. El
destino a la muerte no se puede eludir, sin embargo, de alguna manera, sea de
quién sea este corazón, ambos, nos hemos ayudado a superar este trance, a pesar
de que quizás estuviéramos destinados a morir.
El profesor asintió, y
su característica mueca hizo acto de presencia.
-Llevas más que eso-
dijo el doctor casi en susurro, tanto que fue inaudible para el chico.
-Creo que estoy
preparado.
-¿Entonces, a que estas
esperando?-.
Afirmó seguro de sí
mismo con la cabeza, retrocedió unos pasos, para coger carrerilla, aunque no
estaba seguro de que eso fuera necesario, se paró, y empezó a correr como el
rayo que parte el aire de una tormenta para alcanzar su destino, finalmente,
saltó al vacío. Cogía velocidad, caía en picado, cada vez más y más rápido. Su
corazón le latía en el pecho fuerte, muy fuerte, sentía las pulsaciones en todo
su ser. De pronto, poco a poco fue desacelerando, llegando un momento que se
sintió elevado, no caía, volaba para arriba. Se paró y tocó una especie de
plataforma oscura, de un color negro que jamás había visto. La plataforma
descendió hasta la superficie. El cielo se perdía bajo el frondoso bosque que
se extendía hasta la inmensidad. Cuando fue descendiendo, se percató, de que en
realidad no había para tanto, se trataban de unos árboles gigantes, de troncos
muy delgados a la par que fuertes. Finalmente, tocó suelo. Para su sorpresa, la
plataforma se evaporizó, y allá donde mirara sólo había árboles y más árboles.
Le parecía extraño no poder ver ni tan siquiera los cimientos sobre los que se
sustentaban el majestuoso hospital, pero así era, nada de nada.
Así que eso era lo que
le doctor le había comentado, no podría volver a aquel lugar puesto que era un
espectro, una alucinación, un edificio camaleónico, y ahora que se encontraba
allí sólo, ante la vastedad de la naturaleza, se empezó a preguntar quién era
ese hombre que tan amablemente le había atendido. ¿Quién era? Tan torpe había
sido que ni tan siquiera le había preguntado su nombre. Se golpeó la cabeza con
la mano, contrariado. Que tonto era, una pregunta empezó a cobrar sentido en su
cabeza, tan descabellada como verosímil, ¿y si, después de todo, había servido
como conejillo de indias para el gobierno? No, no podía ser. Lo que sí era
cierto, que ahora empezaba a darse cuenta de la verdadera ilusión de la “Torre
Blanca”, no sabía nada, absolutamente nada, y algo que no ves, no es palpable
de demostrar por su peso, es algo que no existe, a pesar de las posibles
evidencias que pudiera haber ido dejando como rastro, el rastro, de un mito.
Continúa en: Pasado, Presente y Futuro
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