Sueños de Primavera: Semana Santa Jerez de la Frontera 2014

Finalmente nos abandonó. En el olvido se quedó, aquellos días de sabia esperanza en el día posterior, de aquellos hombres perdidos en las lejanas y frías noches allende los tiempos.
Y, tal cual, como si de un sueño se tratara, poco a poco resurge en los confines de nuestra mente una idea, un fin, una luz que nos alumbra de esperanza hacia un nuevo día, recordando el pasado y el sufrido dolor de aquellos hombres, que en la lejanía escuchamos sollozar por el alma de su maestro.


Poco a poco, con el latir de los sentidos, nos vamos abriendo paso al nuevo alba de un sueño que poco tendría que ver, con aquellos desterrados, llenos de frío dolor y extrañeza, por el tiempo pasado de una nueva primavera.
Es el sueño de ensueños, el sueño del hijo, pero también del padre, del abuelo, de la madre, el hermano, primos y nietos, de aquel que mira tras la ventana su silueta, de ese hombre que camina pesaroso siguiendo las huellas marcadas por sus pies, de aquel que se levanta tras caerse, del hombre que huela a primavera, de los árboles que despiertan, del aire claro y acogedor que nos mece y nos recrea, de aquel niño, que, sin saberlo, nace a un nuevo mundo lleno de dudas y temor, pero, a su vez, con la esperanza de ver iluminado el rostro de su madre, aquella, cuyo destino parece ya estar marcado, determinado por una fina línea que nos separa de la divinidad innata.
Amanece por fin.
Los pájaros susurran canciones antes escuchadas, una melodía que nos envuelve en un mar fresco y apacible. Tranquilo, pues, todo se haya en orden, está dispuesto a una nueva interpretación, ¡oh! Majestuosa obra.
Las calles son ríos de gentes deseosas de ver, saber y contar al prójimo tales y cuales historias, más o menos vividas de sus sueños de primavera, de sus luces y sus sombras, de sus soberanas maneras.
El agua que cae, se deja llevar por las calles de Jerez de la Frontera, que está dispuesta a una nueva incursión en el latir de tamaña historia. Una historia que nos habla de secretos nunca contados, de palabras calladas, penitentes a los hombres, nazarenos a tu mirada, que ya por Jerez de la Frontera tu caminar se palpa.
Yo os hablo de aquel que corre, por ver la primera, por ver sus palmas, aunque  antes ha de sentir la historia velada. La historia de historias, todas contadas y a su vez silenciadas. El latir del pueblo a un mismo son, nos da la medida de cuan perfección pudiera existir en este mundo tan humano como errático. Un latir en un sueño común de ver amanecer el día de reyes. De reyes y príncipes no coronados a las puertas de la lejana Jerusalén, con sus palmas y claveles. Son las puertas que abren el corazón de los hombres, el alma del atormentado, los recuerdos de felicidad del desdichado, la sonrisa del niño vago, es la música que exacerba el espíritu humano.

Queda aún por recorrer antes de despertar.
¿Pero?, ese olor… ¿Lo sientes?

Ya huele, al tímido heraldo que nos conmueve y reverdece sueños de niños, sueños de inocentes que no conocen las mentiras y las maldades, que nos miran y nos hacen creer en la ilusión inherente al espíritu humano. Ese tímido olor, dulce, que nos retrotraen al sueño de ensueños, al rey de reyes, a sus buenas voluntades y a sus sueños inquebrantables.
Realmente sucede, el despertar está próximo y los naranjos lo saben, llenado de blanco sus robustas ramas, de una flor, una pequeña e insensata flor que lucha por nacer, y dar a conocer lo que las oscuras noches creyeron poder olvidar, la historia del amor, único y verdadero, de un hombre que en su día soñó en este nuestro mundo, y, el cual, por magia pura del cosmos, hoy, se sueña con ser soñado a su forma y semejanza, cual viva voz es escuchada desde que es emitida de la boca de nuestro prójimo. Ese, secreto velado, ha sido desenterrado, y huele a azahar, y, huele, a lunas llenas en las noches del hombre, aquella que entregó su fruto, su hijo al son de las estrellas, donde sería entregado, por un beso traidor de su comprensión, en el mismo significado del concepto besar apegado a una palabra por fin, como si alguien hubiera hurgado en las mismas letras y creados lazos de hilos invisibles entre los besos y el amor.
Así fue, y así será contado, y como tal, en cada uno de los sueños será recreado, a su manera de sentir y crear esta pasión que hoy nos despierta, de este dulce ensoñar en el tiempo infinito de nuestro existir. Más yo no despierto, y me conmuevo en este dulce acunar que una y otra vez se repite como si de una película se tratara, nos trae al lector y al mismo escritor, a ver, leer y escribir sobre un sueño, que alguna vez tendrás. Más sin caminar, no podrás susurrar lo que se ha de contar, lo que ya, en las calles de Jerez está presto a besar, Nissan.

El  rey, sería venerado, con incienso, mirra y oro.
Un dios, que todo lo puede, lo ama y siente, siente que su hijo se pierde en las noches lejanas de los tiempos. Dolor que siente tras Getsemaní, al pie, al pie del hijo sintiendo al padre, y el padre sintiéndose hijo. Allí, el cáliz sería arrojado al foso del destino cruel, que vertiera la sangre que del mismo bebieran horas antes, por oro, sería entregado, y por el incienso, sería recordado en el albor del tiempo perdido que nos cuenta esta historia.
En el eco del espacio-tiempo, allí, a lo lejos, en la lejana Jerusalén, se suceden los golpes, las burlas y mentiras de tantos que una vez fueran los mismos que se arrodillaban a su paso, sacando las palmas, acercando a sus hijos, llorando de alegría, y ahora… ¡mirad ahora!, personas gritando. Muchedumbre que una vez quiso ser, ya no es, y allí, caricaturizada la sociedad humana, entregaba su único instrumento para la salvación, su fuerza de ser, que ya no lo es, el sacrificio de un dios.

Gritan, pero no saben, que sus cielos se tornarán oscuros, pues la noche cae.

La noche es más oscura antes del amanecer, ellos lo saben, nosotros lo sabemos, pero el cordero está dispuesto a ser entregado, sacrificado, y nosotros, nosotros escuchamos, el eco lejano de tambores y cornetas, que recorren aquí y allá un recoveco tras otro de nuestra ciudad, y, recordando por lo que fue, olemos, olemos ese tamizado que envuelve a la primavera mezclado de elegantes aromas de dios, el incienso.
Las nubes recorren el cielo, cielo, que poco a poco se cubre de sombras. El viento grita su pesar, y llora con inocencia, sin saber, el verdadero motivo de tal melancolía. Grita, y azota, azota con crueldad, a un hombre postrado en el suelo, maniatado a su destino, flagelado hasta la extenuación, y llorado en el tiempo por aquellos que vieron su perdón. Pero, a veces, en ocasiones, los príncipes, deben ocupar su trono, y coronados, con más burla que espinas, clavadas en su frente, brotando como pétalos el carmesí en su rostro.

Un pueblo que sueña al compás que canta, se levanta, con la ilusión de ver, sentir y acompañar a Jesús en su padecer. Allí, el sol, sacude con auras de alegría su mensaje final, el legado inquebrantable, el suspiro que dios nos concede día a día, el milagro de la vida, el cual, una vez más resucita día  a día, latido a latido, paso a paso, y año tras año, en ese pueblo inquieto por ver, ver la vivida pasión, portar la cruz de aquel que recorre el camino de su destino al Gólgota, cayendo, siendo golpeado y burlado por guardias y ciudadanos, personas, como tú y yo, personas movidas por la muchedumbre, ciegas a la luz del sol en su caminar hacia las estrellas del padre.
Ahora, ya lo saben, el pueblo, el pueblo es ese Pedro, aquel, que al alba, negó ser quien era. Somos ese pueblo, que se resiente a tomar la verdad como el destello inherente del Universo, como el camino hacia el todo, y, la nada, esa que nos parece mejor salvaguardar, pues, el que nada tiene, nada pierde, y permanecemos en ella, sin ver, sin creer, escuchando rumores infundados y hablando en la negación del saber, la verdad.
Pero, nos acercamos más y más, donde vemos a hermanos, hermanos que se esconden tras su túnica, en penitencia por esos mismos hermanos que aún creyendo, temieron las represalias y corrieron a esconderse de su pueblo, del mismo que había entregado a su maestro, del mismo que hipócritamente había alabado y secuestrado a Jesús.

La historia, esa historia, la que cada individuo compone. Pedazos, retazos de sueños encontrados en una misma vida, en varias, en un puzle infinito por buscar la verdad, fuera cual fuera, andamos perdidos en un mundo que sonríe a la vez que miente, y siembra sin recoger. Retazos, que por momentos nos parecen recuerdos lejanos, infinitos al pie de la cruz en la que te acompañamos, allí, en ese instante, pidiendo, implorando perdón, perdón que tú nos diste.

Un sueño común, y, a la vez, tan distinto.
Todos soñamos, con ese día, con ese despertar, todos, y nadie a la par vive ese sueño de manera tan singular, tan particular, un todo en la misma nada, un fragmento de vida en cada uno de nosotros, un pedazo de la divinidad importada, allí, escuchando relatos de amor y solidaridad, allí, junto a ti.
Sones recorren en el crepitar del corazón de cada uno de los individuos de nuestra ciudad, con razón, razón de ser pueblo de dios que siente, sueña y recrea en cada callejuela. Sones de gargantas quebradas tras el llamador, de pies danzando melancólicamente la búsqueda continua del camino, camino, que toda ha de recorrer, en su transitar inquietante por la vida del sueño. Sones de saetas nunca escuchadas, de lloros de emoción, de cornetas recortadas. Sones de varales entrechocando, de rezos sin rezar, de una mirada al infinito de tu mirar.
Así, la música, nos recorre el cuerpo, poco a poco, sin cesar.

Y, en la noche, nos recorre una fría sensación por el espinazo.
Una sensación de que todo se acaba, de que todo llega y se apaga. El fin está cerca, y tan cercano es el fin, que se intuye su cercana edad, de iniciar un nuevo caminar en el despertar de un nuevo sueño, de una nueva manera de vivir la primavera, que en sus brotes verdes nos espera.
Es en ese limbo, en esa singularidad, donde nos encontramos, en el eterno ensoñar de sueños, en ese despertar sin miedo, en ese dormir sin miedo.
No duden, que mientras unos sueñan dormidos, otros, despiertos, crean sus ensueños. Ensueños, que nada lo abarca y todo lo puede, en su eterna juventud.
Ahora, aquí, miramos a aquel cristo, a ese que camino del calvario nos revela el final, y a la vez el comienzo de una historia sin parangón. Una historia, que vuelve a recrearse una y otra vez pasados los años, rememorando lo que allá en la antigua Jerusalén un día ocurrió, un hecho sin igual, pues, tras su muerte, la revelación sería dada al hombre, que, en la eternidad, miraría para recordar que, una vez, existió, alguien, por el cual, ser soñado y soñándonos era lo mismo, el dios hombre, que ahora, ya, sentimos, como poco a poco despierta la ciudad de Jerez de la Frontera.
Se nota en el vuelo de las golondrinas, en el cantar de los pájaros, en las nubes pasajeras de los cielos divinos, en los sones del latir del pueblo, en el aroma a primavera que revela a la ciudad entera, que pronto, Nissan, estará presta a besar a Jerez de la Frontera.


Ahora, sí, si estamos preparados para despertar, pero, ¿despertar? Acaso, ¿dejamos alguna vez de soñar? Todo empieza y acaba, y como si de una película se tratara, rebobina una y otra vez, en un eterno tiempo, en el que tu y yo, vivimos juntos de tales o cuales maneras nuestro sentimiento de común soñar, y, mientras, allá, en tiempos perdidos y remotos, siempre, él, Jesús de Nazaret nos encuentra, estando listo ya, a dar a Jerez de la Frontera, la divinidad, de los sueños de primavera.

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