Lobos del Hombre
Avanzo por la noche con gran celeridad hacia mi
destino. Las luces del coche alumbran la noche mientras un manto de estrellas contempla
el discurrir de mi fiat punto por la carretera. Granada, aquella ciudad que
antaño fuera el último bastión del reino Nazarí gobernado por Boadbil, vestigio
de lo que otrora fuera la gran Al Ándalus, es mi destino.
Escucho la radio, concretamente el
partido amisto que se disputa a unos cientos de kilómetros de donde me
encuentro, en Alicante. España se enfrenta contra Inglaterra.
Estoy
llegando a mi destino, Sierra Nevada puede ya vislumbrar mi retorno, cuando de
repente, la emisión es interrumpida por un suceso que ha acontecido a poco más
de mil kilómetros de distancia. En París, se disputa otro amistoso entre
Francia y Alemania. Las primeras informaciones son confusas, pero han intentado
atentar dentro del estadio, gracias a los cielos que pudo ser impedido, aunque
a costa de varias vidas. Unos héroes anónimos impidieron la entrada de tres
malhechores al estadio, que con cargas de explosivos pretendían atentar contra
la vida de más de 80000 personas.
Cuando
llego a casa y enciendo la televisión, lo que en un principio sólo era “simplemente”
un par de víctimas, va aumentando a cada segundo; 20, 30, 40, 60….
¿Cómo
hemos llegado a esto? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Qué hemos hecho mal?...
Son
preguntas que se suceden una tras otra en mi cabeza, sin poder responder de
manera cierta, sin poder imaginar el dolor que pueden estar sufriendo allá en
Francia, tan lejos y a la vez tan cerca… Me cuesta en ciertas ocasiones
aguantar el llanto.
No,
hoy no os quiero hablar de los gravísimos errores que ha cometido occidente,
porque sin duda los ha(hemos) cometido. Sin duda somos responsables del destino
de millones de personas que en oriente sufre día sí y día también el horror
incesante de los atentados.., y por mucho que me duela admitirlo, también somos
responsables en gran medida de la violencia exacerbada que está aconteciendo
dentro de nuestras fronteras.
Hoy
no toca.
La
masacre en Francia termina con 129 personas asesinadas de manera vil y alrededor
de 300 heridos. Sin duda es un duro golpe para el llamado primer mundo. Es
triste, muy triste, y comprendemos más que nunca que no existen fronteras, que
los franceses son nuestros hermanos, que todos compartimos piel y hueso, que
ese horror podría haber sucedido en Granada, Washington o Londres, por nombrar
algún lugar determinado.
Pero, ¿creemos en lo más hondo del corazón eso
de que no hay fronteras? Mientras lloramos desconsolados por la masacre que
acaba de ocurrir, miles de refugiados están abandonados a la deriva, como un
barco que encalla antes de llegar a costa. Aquellos que huyen de la barbarie se
encuentran con grandes vallas que le privan de la libertad humana de ser.
En Europa
discutimos si dejarlos o no entrar, si deben ser acogidos y por quienes, si
dentro de esas personas habrá ramas fanáticas capaces de extender sus tentáculos por
nuestros países y asfixiarnos desde dentro… Mientras, el tiempo pasa para
ellos. Les hemos dado la espalda a aquellas personas que como en París rechazan
cualquier acto de violencia. Nos hemos olvidado, pero quizás hoy recordado, que
ellos pese a las diferencias raciales, teológicas, idiomáticas o cuales sean
las que nos separan, siguen siendo constructo de piel y hueso.
Lloramos
el acto de crueldad que acabamos de presenciar, mientras en Siria lloran los
cielos manchando de sangre la calzada de ciudades por donde deambulan los pies de padres, hijos, hermanos…
Nos
hemos olvidado que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos
separan, que las fronteras son sólo una creación humana, que el mundo no
pertenece a una ideología, creencia ni a nadie. No somos nadie para negar la
entrada de personas necesitadas a un mundo “mejor”. Mientras países colindantes
del conflicto se afanan desesperadamente en dar refugio a millones de personas,
en Europa nos “estiramos de los pelos” al pensar que tenemos que dar cabida a
alrededor de 200000 personas. No doy crédito.
Hemos
fracasado.
No
nos cansamos de defender, gritar a cuatro vientos, la necesidad estricta de
cumplir con los derechos fundamentalmente humanos, pero cuando llega la hora de
la verdad, miramos a otro lado.
El periodismo
también ha fracasado. ¿Cómo es posible que mientras semejante salvajada se está
produciendo, la televisión en su totalidad, excepto el canal 24h, ignore los
hechos ocurridos? ¿Cómo es posible que se de credibilidad a bulos que acontecen
en las redes sociales?
¿Cómo es posible que se deforme la realidad con la
finalidad de acrecentar el pánico entre la población?
¿Hasta qué punto hemos
llegado para que el gobierno afirme, de nombres, de víctimas españolas que
realmente no lo son?
¿Por qué ciertos periodistas en busca de su minuto de gloria se hacen selfies en el lugar de la matanza, o no callan mientras se guarda un
minuto de silencio?
¿Cómo es posible que tras 48 h de los hechos, se tome la
decisión de bombardear Siria produciendo daños irreparables a los civiles?
Son
tantas las preguntas sin respuesta. Es tanta la tristeza.
Me
hace recordar la terrible, pero cierta afirmación: Lupus est homo homini, non
homo, quom qualis sit non novit. (Lobo es el hombre para el hombre, y no
hombre, cuando desconoce quién es el otro).
Miedo
a lo desconocido, miedo al otro. Al fin y al cabo, todo se puede resumir en esa
miseria, en ese acto inconsciente de temor a lo desconocido. Es ese miedo el
que lleva a algunos a abrazar de manera impune el fanatismo más radical de
todos. Ese miedo que aísla a las personas de los demás, el que hace que ciertos
grupos fanáticos a sabiendas de la necesidad imperiosa del individuo por
sentirse aceptado, por buscar su propia identidad social, se interese por
ellos, y les den la esperanza de encontrarlo junto a ellos. Esa consciencia de
grupo de sentirse identificado con unos referentes, en una lucha común, fue al
fin y al cabo lo que llevó al mundo en la década de los 40 al borde del
precipicio. El fanatismo social es ese mismo que “obliga” al individuo a volcar
todo su interés e ímpetu en la causa de su grupo, creando unas barreras casi
infranqueables con respecto al resto de personas que no se sienten
identificados con sus propios valores. De nuevo, esas fronteras que nos alejan
de los demás, esa creación humana, hace acto de presencia en nuestra sociedad,
ya no con la careta de los nazis, pero sí con un tipo de fascismo que debe y
tiene que ser erradicado para siempre.
La
vida es lo más importante que se nos ha dado, sea cual fuere el motivo, sea
cual fuere la causa. Debemos redoblar los esfuerzos por salvar a todas esas
personas que piden encarecidamente nuestra ayuda, quizás nos baste con un gesto,
cualquier cosa puede ser suficiente para salvar a alguien. Debemos recordar que
aquellos que aprecian la muerte por encima de la vida, aquellos que escupen al
propio concepto de vivir, quizás no tengan derecho a pedir clemencia por
nuestra parte. En casos extremos como el que hoy vivimos, quizás sea necesario
el uso de la fuerza como antaño hicimos en la lucha contra Hitler. No podemos
tratar como humanos a quienes realizan tales atrocidades. Pero sí, con ese acto
podemos salvar miles, quizás millones de personas.
El
Talmud, obra que recoge todo lo referido con las discusiones rabínicas tiene un
pasaje muy esclarecedor: quien salva una vida, salva al mundo entero. Quizás
sea la afirmación más certera de cuantas se hayan realizado a lo largo de la
historia.
Ese
niño, ese hombre o mujer que salvemos puede ser el detonante de un nuevo paso
de la humanidad hacia la luz. ¿Quién es nadie para privar de sus sueños a las
personas? Puede que entre los refugiados se encuentre el descubridor de la cura
contra el SIDA, o aquel que llegue a dar con la clave de la sostenibilidad energética,
o descubra la primera vida no terrícola, ¿quién sabe?
Aún
no es demasiado tarde, aún podamos devolver los sueños a los que un día les
fueron arrebatados. Todos somos hueso y piel. Todos somos seres humanos.
Comentarios
Publicar un comentario